Santa Elena vive entre lo rural y lo urbano

Santa Elena es un corregimiento ubicado en el departamento de Antioquia. Sus flores, clima y cercanía con la ciudad de Medellín, la han convertido con el paso del tiempo en uno de los espacios más llamativos para nativos y extranjeros. Pero ¿Qué sucede con las tradiciones, ambientes y costumbres de sus habitantes cuando se ven invadidos por una cultura urbana producto del turismo?

Luís Ángel Londoño es profesor y ex miembro de la junta administradora local del corregimiento de Santa Elena. Con un sombrero vueltiao, camisa a cuadros y mejillas sonrojadas debido del viento helado que azota en la montaña, camina por la vereda Barro Blanco mientras recuerda las historias, costumbres y tradiciones que se han tejido entorno al lugar en el que han vivido sus abuelos, padres, hermanos e hijos.

Con voz suave y pasos definidos empieza a relatar la historia de su corregimiento que según cuenta fue habitado en un principio por los indígenas de la tribu Tahamí quienes se asentaron en éstas tierras aprovechando sus recursos y explotando lo que en su momento eran las mayores fuentes de riqueza: el oro y la sal.

Luis Ángel, con orgullo observa parte de las montañas y tierras de los 70.46 Km2 que comprenden su corregimiento, sus límites con los municipios de Guarne, Copacabana, Rionegro, El Retiro, el perímetro urbano de Medellín y el municipio de Envigado.

Después de señalarlos relata el tiempo en el que la crisis minera del año 1630 hizo que sus habitantes se desplazaran a otros lugares, dando cabida a nuevos pobladores que atraídos por el clima, la fertilidad de los suelos para la agricultura y la cercanía con antiguas minas, se instalaron en la vereda que hoy se conoce como la Media Luna.
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Luis Ángel está acostumbrado al clima tropical húmedo producto de los 2.500 metros sobre el nivel del mar. Mientras el viento golpea su rostro y sacude su camisa de un lado a otro, cuenta cómo sus habitantes reemplazaron la minería para dedicarse al comercio agrícola debido al poco capital con el que contaban los mineros y a las ganancias que dejaba éste último mercado.

Con el cansancio de un agotador recorrido por la vereda Barro Blanco, Luís Ángel se sienta en el negocio de comidas de su hermana y narra cómo los habitantes de Santa Elena comenzaron a descender por los caminos indígenas para llegar a Medellín y ofrecer sus productos, entre ellos el musgo, la tierra de capote y las flores.



Es así como el comercio y el trabajo en la agricultura dan lugar en Santa Elena a una serie de transformaciones urbanísticas, consolidándose para el año de 1963 como un territorio dividido en once veredas: El Llano, El Plan, Media Luna, Piedra Gorda, El Placer, Barro Blanco, Piedras Blancas-Matasano, Mazo, El Cerro, Santa Elena- Sector Central y Las Palmas. Según Luís Ángel en un principio éstas veredas recibían atención por parte de los municipios de Guarne, Rionegro y Envigado, pero con la aprobación de los Acuerdos 24 y 54 de 1987 del Concejo de Medellín, la Alcaldía de éste municipio quedó con la responsabilidad del apenas consolidado corregimiento.

El diálogo con Luís Ángel continúa y el olor de varios alimentos que están siendo sofreídos en el lugar direcciona la conversación hacia su hermana, a quien sus vecinos y amigos llaman “Nena”. Esta mujer de 54 años ha sido testiga del proceso de urbanización que ha sufrido el corregimiento. Dentro de lo positivo de éste transe rescata la implementación de los servicios básicos que antes Santa Elena no tenía, como la luz eléctrica, la telefonía y la pavimentación de las carreteras.

Dentro de lo negativo Doña Nena habla de una clase de habitantes que a raíz de éstas condiciones y del turismo llegaron al corregimiento: "los veraneantes”, que eligieron éste lugar para construir sus casas y fincas de verano marcando una diferencia considerable entre la cultura urbana y la rural. Según doña Nena esto fue lo que ocasionó que el lugar consagrado en tiempos pasados para campesinos y arrieros pasará a ser poco a poco de extraños.
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Este hecho para doña Nena es problemático pues alguno de los “externos” llegaron a imponer ritmos de vida completamente distintos a los que la población campesina tienía. Acepta que el turismo ha generado progreso y empleo, pero no directamente para los pobladores del corregimiento, pues según ella no están calificados para los trabajos que demandan los proyectos que se han incorporado.
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Dentro de este desarrollo ¿Qué sucede con la tradición silletera?
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Luís Ángel interrumpe a su hermana para agregar lo que él considera una de las principales consecuencias que el turismo ha generado en el corregimiento, y que está relacionada con el tan popular desfile de silleteros que se realiza anualmente en La Feria de las Flores de Medellín. Afirma que los campesinos dejaron de cultivar la tierra para convertirse en comercializadores de los productos de otros corregimientos, hasta el punto de utilizar flores de otros lugares para poder cumplir con el tradicional evento. Es así como argumenta que las flores utilizadas son traídas desde el corregimiento de San Cristóbal y en algunas ocasiones desde Bogotá.

La conversación continúa mientras se dirige a una de las casas más populares de la vereda Barro Blanco, la casa de los Londoño, una familia que ha mantenido la tradición silletera desde hace más de 40 años.

Todos los siete de agosto sin falta la familia Londoño, así como otras familias del corregimiento de Santa Elena, exhiben en el desfile de silleteros el trabajo que con talento, creatividad y empeño realizaron la noche anterior. Poco a poco los claveles, gladiolos, cartuchos, girasoles, rosas, azucenas, orquídeas, pompones, pinochos, entre otras flores, empiezan a darle vida a las armazones de madera que pueden llegar a pesar 90 kilos, peso que según Mauricio Londoño no se sienten en medio de los aplausos y galardones.

Así como Luís Ángel y doña Nena, éste silletero coincide en el sentimiento de temor y angustia que le produce el ver a su corregimiento como parte de un proceso de desarrollo urbano que amenaza a las costumbres con las que creció. Pese a ésto, en él sigue latente el deseo de continuar con las tradiciones heredadas de sus padres y abuelos, especialmente las relacionadas con la elaboración de las silletas.

Parque Regional ecoturístico Arvi

En Barro Blanco, aparece un nuevo acompañante, es el señor Álvaro Hincapié de 55 años de edad. Se dirige a la vereda Mazo en la que se están haciendo algunas adecuaciones para el Parque Regional Ecoturístico Arvi.

Este proyecto está basado, según Luis Fernando Gonzáles funcionario de la casa de gobierno del corregimiento, en los principios de sostenibilidad económica, ambiental y cultural encaminado a poner al servicio de la comunidad local, nacional e internacional la riqueza ambiental de Santa Elena. Dentro del ordenamiento territorial este parque se plantea como una barrera natural entre lo urbano y lo rural, según el funcionario esto le permitirá impulsar nuevas y necesarias formas de ocupación y apropiación del lugar.

Frente a estas premisas los campesinos, esos que han dado vida a este lugar y lo han preservado, como don Álvaro Hincapié, se muestran temerosos por los efectos de este proyecto, que según él, traería la ciudad al campo, eliminando con esto el ritmo de vida al que están acostumbrados.

http://www.parquearvi.org/


Entre árboles, casas antiguas y fincas modernas de verano, el recorrido hacia la vereda Mazo continúa, don Álvaro Hincapié cuenta que son precisamente las riquezas del lugar en el que creció lo que ha hecho que muchos sectores se vean interesados en adelantar proyectos, construir y quedarse en su corregimiento.

Dentro de esas riquezas, menciona la existencia de cuencas hidrográficas que abastecen al corregimiento de agua: en la parte alta la cuenca de la quebrada Piedras Blancas y en la parte alta y media alta la cuenca de la quebrada Santa Elena. Sin embargo afirma que los macroporyectos que se adelantan a partir de estas riquezas los han sobrepasado y absorbido, en este caso el Parque Arví, que según él, al ser ya un hecho, deben de someterse a lo que éste genere.

“si no puedes con tu enemigo, únete a él” Álvaro Hincapié

Según este campesino las personas que antes cultivaban la tierra, o comercializaban sus productos agrícolas, hoy se encuentran trabajando en las obras que requieren de mano de obra no calificada del Parque Arví, un efecto para él muy preocupante pues sostiene que las personas que llevaban 15 o 20 años dedicados a la tierra difícilmente volverían a trabajarla después de éstos nuevos oficios.

Complementa diciendo que en el plan de ordenamiento territorial se ha pensado en una especie de combinación de lo turístico con lo agrícola, pero cuestiona éste último teniendo presente que ya muchos de sus familiares y vecinos han dejado el trabajo de la tierra al ser poco rentable y al carecer del apoyo estatal.

Análisis de la situación que vive Santa Elena

Gloria Patricia Zuluaga, a través de su investigación “dinámicas territoriales en frontera rural-urbana en corregimiento de Santa Elena, Medellin” afirma que este lugar se encuentra en un fuerte proceso de alteración y cambio de su entorno físico, en lo sociocultural y en lo económico, debido a las transformaciones de espacialidades, economías, sistema de valores, costumbres y prácticas sociales que se vienen dando.

Agrega que en tales transformaciones están involucrados agentes territoriales institucionales públicos y privados, colectivos e individuales de distinta condición social, en permanente tensión, dado que existen diferentes intereses sobre las formas de ocupación, uso y apropiación territorial.

Desde esta perspectiva, las voces de aquellos que viven en las veredas del corregimiento de Santa Elena, esperan que sus tradiciones, costumbres y sueños no se vean interrumpidas por lo que ellos han llamado la urbanización de su corregimiento.

Desean que al lugar que definen como el paraíso, por ser sano, tranquilo y rodeado de naturaleza, regresen los arrieros, se cultive de nuevo la tierra y poco a poco se reconstruya lo que el turismo, los proyectos y las entidades tanto públicas con privadas amenazan con acabar.

Entre calles, drogas y limosnas

“La chinga”, “El loco”, “Pirulito” y “El Liso”, son algunos de los niños que hacen parte de los más de 3.400 menores que habitan las calles de la ciudad de Medellín, que entre el trabajo informal, las drogas, el rebusque, la prostitución y los diferentes impases de su vida diaria, muestran otra forma de enfrentar la realidad y vivir su niñez.

Con solo nueve años de edad “La Chinga” ha probado el perico, la marihuana, el sacol, ha robado, se ha alimentado de la basura de restaurantes, ha vendido su cuerpo, ha sido violado; él y sus amigos, por medio de sus experiencias, dan cuenta de cómo la calle pasa de ser el lugar de peligros y miedos para convertirse en el hogar que les fue negado.

“El Loco” lleva viviendo en la calle ocho años, y de todo lo que ha vivido recuerda con tristeza su primer noche en la ciudad; un día después de ser echado de su casa porque su mamá drogadicta no lo quería tener más allí, vivió en carne propia el tener frio y hambre, el ser robado y golpeado por otras personas de la calle: “desde ese día comprendí que tenía que hacer de todo para poder vivir en este mundo y así fue, de ese niño cobarde, bobo y tímido no queda nada”.

Hoy estos dos menores junto a sus “parceros”, se encuentran en uno de los hogares de paso creados en la ciudad para brindar atención primaria como comida, duchas, un lugar donde lavar su ropa o dormir. Si lo desean pueden quedarse varios días y meses, pero ellos sólo lo utilizan unas cuantas horas pues como dice “Pirulito”, ya se han acostumbrado a vivir sin reglas, a vivir según la ley del más fuerte y en estos lugares es imposible vivir así.

Luego de obtener lo que desean la “gallada” sale dispuesta a retomar su rutina diaria, saludan a otros menores más, que bajo el efecto de algunas drogas se ríen y reflejan que están en un mundo muy diferente al que la realidad les ha impuesto.

Mientras caminan planean los lugares y calles que serán su lugar de trabajo, unos prefieren pedir limosnas, pues según ellos, al estar bien vestidos y limpios muchas personas les dan hasta “mil lucas”, otros prefieren aprovechar su apariencia física, sus cicatrices, o en la mayoría de los casos su agilidad para “ratoniar al que les de papaya”, es decir, robar a todo aquel que anda descuidado. “El Liso”, según sus compañeros, es un experto en esta actividad, “a mí me han cogido sólo dos veces, me pegaron y casi me matan a punta de bolillo, pero después de varios días me recuperé y desde esa vez no me han vuelto a coger”.

Después de varias horas de “trabajo”, y al descubrir que su jornada no estuvo nada mal, se dirigen a comprar lo único que les hace olvidar hasta quienes son, para dónde van y qué es lo que quieren para sus vidas. Las drogas para estos menores se convierten en un puente que los lleva a dimensiones ajenas a su realidad, una realidad de la quieren escapar, pero que sus rutinas y costumbres les impiden hacerlo: “nosotros nos drogamos a diario, no pasamos ni un día sin una botella de sacol o de cualquier droga, ya sea para el hambre o para sentirnos relajados; a los más nuevos les da por llorar o por decir cosas locas, pero nosotros ya aprendimos hasta a manejarlas”.

Al caer la noche con sus estados alterados, sus miradas perdidas y uno que otro “tropel” con sus “parceros”, este grupo de menores busca el lugar donde pasarán la noche, se ponen de acuerdo, pues estar en "gallada" les da seguridad a todos.

Ninguno tiene la esperanza de volver a su hogar, pues sólo tienen el recuerdo de malos tratos, violaciones, padres alcohólicos y drogadictos para quienes siempre se consideraron sujetos invisibles.

Sobre el futuro poco hablan, pues saben que en la calle, ese lugar que se ha convertido en su hogar, todos son enemigos de todos. En este espacio unos zapatos, un bareto o un cambuche adquieren un valor trascendental, se convierten en objetos que definen la existencia y crean una dicotomía entre la vida y la muerte, latente en la realidad de los menores que viven entre calles drogas y limosnas.




Familia desconecada de los servicios públicos de EPM, victima de la pobreza o de una politica empresarial?

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