Turbinas y escarcha dulce

Por: Richard

“El ventiadero” ha constituido por años, un lugar para ver volar y aterrizar los aviones que transitan por el aeropuerto Olaya Herrera. Un paseo que reúne a la familia en torno a la magia de volar.

Recostados sobre la reja divisoria, algunas personas miran atónitas el despegue del ave de hierro tratando de entender la forma como tal monstruo mecánico se eleva en el aire. Allí, transeúntes, deportistas, venteros y niños con sus mascotas se apilan para ser testigos de un momento único: el hombre despliega sus alas para alcanzar el cielo.


Atrás del Aeropuerto Olaya Herrera, al sur de la ciudad, hay un lugar conocido popularmente como “El Ventiadero” por el fuerte viento que surge de las turbinas de los aviones que se elevan en el aire. Por 15, años ese lugar ha recibido a las familias de clases más bajas de Medellín que buscan un lugar para compartir entre sí y disfrutar de un espacio donde pueden comer “raspao”, “salpicón”, “chuzo” de mil pesos o “crispetas”.

Un sitio tradicional que recoge las costumbres de los habitantes de la ciudad. “Aquí venia antes mucha gente a ver los aviones, pero desde que pusieron estas sillas de concreto y este pavimento, esto se daño mucho” comenta, Juan López, un vendedor de “raspao” mientras pone a la escarcha, endulzantes de colores. “Yo he trabajado aquí toda mi vida. No siempre vendí “raspao”. También vendí, salpicón, helados y “mekato” me gusta venir a este lugar, aunque era mejor antes porque había zona verde donde sentarse. La gente compra bastante, pero eso también depende del clima”.


El lugar no tiene mucho de atractivo. Las sillas de concreto les proporcionan a los deportistas un lugar provisional para descansar y la cantidad de venteros es incluso mayor a la de personas que se reúnen allí. El olor a fruta y a carne asada se mezcla en el ambiente, mientras el aire de las turbinas eleva las gorras de las personas que expectantes se acercan a la reja divisoria.

Es difícil estar allí a medio día cuando el sol está en su cenit. No existe un lugar que provea a las personas de sombra y el pavimento se calienta demasiado. Entre la valla que mantiene a las personas al margen de la pista, se pueden ver unos patos que se mueven de un lado a otro como si trataran de opacar el protagonismo de las otras “aves mecánicas”.

Así transcurre un domingo en El Ventiadero. Los niños se embelesan con los aviones y los padres de familia observan silenciosos el partir de los aviones quizá con el anhelo de, algún día, llevar a sus familias abordo de esos titanes del cielo.

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